El martes 14 de noviembre de 1877 las misioneras de la primera expedición partieron del puerto de Génova rumbo a América, junto con el segundo grupo de salesianos.
Las presencias de las FMA de todo el mundo estuvimos unidas en la memoria agradecida de ese día, en cada rincón del planeta surgió el Magnificat, porque el Señor ha estado grande con sus hijas.
En Uruguay continuamos celebrando, y en este 14 de noviembre de 2017 nos unimos varias hermanas de la Provincia junto a la Auxiliadora del Niño sonriente que acompañó a las primeras hermanas, en la Eucaristía.
Nos acompañó la presencia de la hermana Mira, que cruzó el charco y llegó a nuestra tierra.
Ella en este día significativo nos regaló su palabra:
Nunca pensé en estar en Uruguay en la fecha de la salida de las hermanas misioneras de Génova… Cuando llegué me sentí cómo volver a casa, volver aquí es cómo volver a casa, porque me sentí atendida en todos los lugares.
Tres ideas para expresar gratitud y alegría… quiero compartir con ustedes
El primer mensaje: Nos necesitamos uno a otro… a la familia salesiana, a otras congregaciones. Las animo a seguir viviendo al intercongregacionalidad y la intergeneracionalidad. Misioneras abiertas a todos los demás.
La segunda cosa: Para que las envío el Señor? A todos los que el Señor ama nos llama para una misión. “no son ustedes los que me eligieron, yo los elegí a ustedes” Cada uno amado y llamado personalmente. Ama a todos, ama las personas, a los más necesitados. Estamos celebrando este aniversario en la semana que nos prepara al primer domingo de los pobres. Los pobres son los que deben ser más amados.
La tercera cosa, es algo que me conmueve siempre, más todavía en esta Iglesia. Las hermanas que venían, no sabíamos que tenían en la maleta, pero tenían la Virgen. No se pude anunciar el Evangelio, sin María. Sin ella no es posible… Al salir el barco, Don Costamagna, se apresuró a tocar y entonar: Yo quiero amar a María. Esta es su fortaleza. Si nosotros queremos amar a María ella va a abrir los caminos para nosotros.
Debemos continuar amando a María, bajo su manto y con ella sentiremos cada día más la belleza de esta vocación misionera.