En este sábado 11 de noviembre como Provincia “Inmaculada Concepción” de Uruguay, hemos querido vivir, en este marco de los 140 años misioneros, un gesto de corazón agradecido, tal cual nos pedía Don Bosco.
Cuando las seis primeras misioneras llegaron al puerto de Montevideo, el 16 de diciembre de 1887, luego de la cuarentena de cinco días en la Isla de Flores, se enteraron de que su casa aún no estaba pronta.
Debieron habitar por un tiempo en el Convento de las Hermanas de la Visitación (Salesas) dónde, según sus palabras, fue una gran experiencia de Noviciado.
De los días pasados entre las salesas se desprenden muchas anécdotas, que nos muestran con que sencillez, humildad y familiaridad vivieron esos momentos:
Nosotras éramos las sobrinas, y las buenas y queridas Madres. Otras tantas tías nuestras. Como sobrinas avispadas e inexpertas, sabíamos dar alguna que otra preocupación a nuestras cariñosas tías.
La primera fue causada por Sor Teresa Gedda, aquejada de fuerte dolor de cabeza: un regalo del sol durante la travesía en barca por la famosa isla de Flores; la segunda, procedía del ruido que hacíamos con el recio calzado de Mornese, poco adecuado al paso angelical de las religiosas de la Visitación. La tercera, a causa de las risas reprimidas que se nos escapaban en el momento menos oportuno, cuando salía una frase mal entendida o peor pronunciada en la nueva lengua. Finalmente, por razón de las comuniones que nosotras, sencillas y alegres como pinzones, recibíamos cada día con aquel ardor juvenil que constituía, en cambio, la admiración de aquellas graves aunque amabilísimas Madres de la Visitación, no habituadas aun a la comunión frecuente.
Entre las ocupaciones de las hermanas en el Convento una de las más importantes por la urgencia era el aprendizaje del español. Las salesas también “enseñaban” a estas pobres campesinas de Mornés, lo básico de la vida religiosa; por todo este aprendizaje recibido, las misioneras siempre quedarán muy agradecidas a las “tías” salesas.
Salieron pues del Convento muy contentas no sin haber antes cumplido con el deber de gratitud para con las Buenas Hijas de Santa María de la Visitación que caritativamente las habían hospedado.
Con este espíritu de gratitud, hemos realizado este gesto de ir al Convento, e intentar que nuestras palabras reflejaran esos sentimientos de las primeras hermanas. Ha sido un momento de encuentros y reencuentros, de diálogos, de memoria histórica, de sonrisas, de reconocer la acogida y el acompañamiento brindado por las hermanas salesas a nuestras misioneras y la importancia y la fuerza de su presencia, su oración y su entrega para la vida de toda la Iglesia.
Les dejamos unos presentes y el fruto del desprendimiento de las comunidades, junto a la Auxiliadora y el Niño que sonríe, para que ella continúe cobijándolas bajo su manto de Madre.
Terminamos este sencillo momento, compartiendo juntas las vísperas, rezando para que el camino de Santidad pase por una renovada fidelidad al don carismático entregado a cada una.
Compartimos algunas imágenes de este sencillo encuentro de Gratitud.